RUTA 66. DIA 1: LLEGAMOS A CHICAGO

La cuenta atrás al fin ha terminado. Los meses de preparativos con el plan del viaje, la contratación de los vuelos, solicitar vacaciones en nuestros respectivos trabajos, alquiler de coche, reserva de Moteles…uno a uno hemos ido tachando las tareas pendientes antes de comenzar el viaje y al fin el calendario nos grita que ha llegado el día. Comienza la aventura.

Esta vez el viaje comienza de forma diferente. Siempre que volamos a Estados Unidos, partimos desde primerísima hora desde Zaragoza en el AVE hasta Madrid y desde la Estación de Atocha vamos directamente a Barajas. En este viaje hemos preferido pasar la noche anterior al viaje ya en Madrid y ya por la mañana salir tranquilamente al aeropuerto. Un acierto, ya que en un viaje de tantas horas conviene descansar bien y quitarte el mayor tiempo posible de trayecto.
Llegamos a Barajas un par de horas antes de que salga el vuelo. Facturamos tras hacer una fila de media hora. Nuestras maletas son engullidas por la cinta transportadora. Comemos algo en el Starbucks de la terminal. Soy muy muy fan de esta cadena de cafeterías. Soy totalmente suyo.

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Embarcamos. Una pareja de grandes dimensiones toma asiento detrás de nosotros, eso quiere decir que mi asiento va a reclinarse menos de lo normal. No alcanzo a ver cerca a ningún niño pequeño que pueda darnos una serenata durante las más de ocho horas de vuelo.

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Me encanta observar a la gente en los aeropuertos. Hay personas muy profesionales en esto de volar. Dos filas a nuestra derecha un chico con rasgos asiáticos y acento americano saca su kit del viajero: antifaz para dormir, pantalón de chandal ancho, su propia almohada, unos cascos enormes, un par de orfidales, botellita de agua, zapatillas de estar por casa…. joder, ese tío es muy PRO. Yo tenía que haberme puesto ropa más cómoda, nunca aprendo. Estoy a punto de chuparme ocho horas de vuelo embutido en unos vaqueros Super Skinny en un asiento que apenas puedo reclinar. Me ha tocado ventanilla (siempre hay un lado bueno en cada situación).

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El avión se eleva. La pista de despegue queda abajo y las nubes están cada vez más cerca. Madrid es un mapa visto desde las alturas.
Me entretengo organizando las cámaras. Si, otro viaje más parece que vamos a cubrir la Super Bowl: Móviles, cámara Réflex, cámara de video de mano, cámara de video de acción, cámara Polaroid, el Macbook. El chico asiático mira curioso todo nuestro arsenal tecnológico mientras toma un café en una tacita de esas con asa que no sé como ha conseguido pasar al avión. El tipo está literalmente como en casa.

Hago un «zapping» por la multitud de películas que hay disponibles en la pantallita táctil que esta incrustada en el reposacabezas del asiento de delante. Mery se decanta por «Hacia lo Salvaje», yo me quedo con el viejo Clint y elijo «El francotirador», película que os recomiendo encarecidamente. Uno de esos peliculones que tarde o temprano hay que ver.
La comida que sirve Iberia no está del todo mal para ser de avión. La señora de detrás ha caído redonda, es mi oportunidad para reclinar el asiento. Trato de dormir. No soy capaz de dormirme nunca en el avión y esta vez no iba a ser menos. Descubro en la pantalla táctil un apartado de videojuegos y me engancho durante más de dos horas a un jueguecito de formar grupos con figuritas del mismo color. Hace bastante frío, me envuelvo en la manta. Cuando me quiero dar cuenta el Océano Atlántico ya no está debajo de nosotros, se ve tierra. Estamos llegando.

El aterrizaje es siempre un momento crítico. A pesar de llevar ya bastantes vuelos en las espaldas no termino de acostumbrarme. El pasaje aplaude. Son las dos de la tarde. Estamos en Chicago.

Vamos directos al control. Esta vez no hay policías haciendo registros como en el viaje anterior. Han puesto varios puntos en los que pasaporte en mano, puedes realizar el control de forma automática. Esto es un avance increíble ya que bastante control hemos pasado en Barajas. Antes de abandonar la sala de control una policía sonriente comprueba que somos los de la foto de nuestro pasaporte.

Cuando llegamos a la cinta nuestras maletas ya están allí dando vueltas. Las recogemos de inmediato y vamos en busca de la «Blue Line», una línea de tren que comunica con el centro de la ciudad. Nos perdemos tres o cuatro veces por los diferentes pisos del aeropuerto, decido preguntarle a una chica y poner a prueba mi Inglés. «Oh my God», me ha entendido a la primera y lo que es mejor, he captado cada una de sus indicaciones. Las clases de inglés comienzan a dar sus frutos, me vengo arriba.

Cogemos la «Blue Line». Debemos bajar en «Grand Ave» y desde allí según el mapa hay unos diez minutos caminando al Hotel. Tras casi cuarenta minutos de trayecto vemos la parada de Grand, bajamos. No hay rascacielos, hay edificios más bien antiguos de cuatro alturas separados por avenidas muy amplias. Muchos graffitis en los muros. El sol está escondido. No sé donde coño estamos, pero desde luego no parece el punto que marca el mapa ni mucho menos el Chicago que aparece en la guía y en los programas de viajes que hemos visto.

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Tras casi un cuarto de hora caminando, nos paramos en una esquina a estudiar el mapa del metro. Una chica nos ofrece su ayuda de forma totalmente espontánea, le preguntamos por la calle del Hotel y efectivamente, estamos bastante lejos. Hemos interpretado mal el mapa. Paro el primer taxi que veo. Al estilo americano, con elegancia, con un gritito como los de las películas: Taxi ¡¡¡¡¡ El gritito puede que lo hayan escuchado en España.  En el interior del vehículo hay una pantalla con las noticias del día, un terminal para pagar con tarjeta…. esto si que es un taxi.

Diez minutos después estamos en el Hotel. Nos alojamos en el Hotel «Red Roof Inn Chicago» 
Mis progresos con el inglés huyen a toda velocidad en cuanto la chica de la recepción abre la boca. No pillo una. Ya en el ascensor le pregunto a Mery si ella  a entendido algo. «Muy mal», me responde.

Dejamos las maletas en la habitación y nos vamos rápidamente a ver Chicago. Estamos justo al lado de la «Magnificent Mile»; la principal calle comercial de la ciudad. Nos acercamos a la zona del «Chicago River». Me quedo boquiabierto al ver como el color azul clarito del río sortea los rascacielos. Es una estampa realmente curiosa y bonita. El agua es de color azul intenso muy muy limpio, en ella los edificios se ven reflejados a la perfección. La rivera está muy limpia y cuidada. La gente hace deporte junto al río. Nos quedamos observando durante un buen rato a un grupo de skaters que hacen verdaderas acrobacias sobre sus tablas. Varias embarcaciones recorren el curso del «Chicago River». Es un traguito de paz en medio del ajetreo de la ciudad.

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Hace bastante frío, estamos en pleno mes de junio y aún así la gente camina tan tranquila en pantalones cortos. El invierno en Chicago es muy duro, he visto documentales donde aparece toda la ciudad congelada incluido el río y el lago Michigan, están hechos de otra pasta y no es que en Zaragoza el invierno sea un jardín de rosas… pero me escondo bajo la capucha de mi sudadera y seguimos caminando rumbo al Navy Pier. Mery no ha bajado ropa de abrigo y tratamos de dar con una sudadera. Siempre hace lo mismo, sale de casa con poca ropa y luego siempre tiene frío. Nos pasó en San Francisco, nos pasa en casa, ahora en Chicago y nos pasará allí donde vayamos; Mery es así.

El «Navy Pier» tiene una galería comercial cerrada. En ella hay todo tipo de establecimientos y está a rebosar de gente. Mery se hace con una sudadera de los Cubs, equipo de baseball de la ciudad, yo me hago al fin con una bola, llevaba tiempo detrás de una pelota de baseball. El olor que sale de uno de los locales nos lleva directamente al final de una kilométrica fila. Se trata de «Garrett»; una tienda en la que únicamente venden palomitas. Tienes palomitas de mantequilla, de queso, de caramelo, de chocolate… las mejores palomitas que hemos comido nunca, un auténtico vicio y uno de los grandes descubrimientos del viaje. Si tienes ocasión de ir a Chicago apunta en tu guía visitar este local, creo que hay alguno abierto también en New York.

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Tras probar las deliciosas palomitas veo un cartel que anuncia el mejor perrito de Chicago, si, lo sé, no hacemos más que comer, pero venir a Estados Unidos es sinónimo de comer a lo grande y ya me dedico el resto del año a comer ensaladas. Aquí hemos venido a ponernos hasta el culo de caca¡¡¡
Cuando nos queremos dar cuenta estamos ya sentados en una de las mesas del «America´s dog», frente a un espectacular perrito y sus correspondientes bebida, aritos de cebolla y ración de sticks de queso. El interior del Navy Pier es un hormiguero con miles de personas caminando rápido de un lado para otro donde sobre todo huele a comida.

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Llevamos más de un día despiertos y el cansancio enciende el pilotito rojo en nuestros cuerpos. Nos arrastramos por las calles de Chicago hacia el hotel con dos kilos de más en el estómago. Hace frío, los rascacielos se encienden, la noche es preciosa junto al Río.
Ya en el hotel, paso las fotos y videos de las tarjetas al ordenador y caigo rendido sobre la cama. Puedo ver desde la almohada los rascacielos iluminados, lo último que oigo antes de irme al País de los sueños es una sirena de ambulancia y un «te quiero» muy bajito de Mery.

Mike.

 

Te dejamos el video completo del primer día:



 

Mil gracias por leernos y seguirnos en esta aventura!

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