RUTA 66. DIA 2. CHICAGO

El jet lag me despierta a las cinco de la mañana. Al otro lado de la ventana todavía no ha amanecido. Observo durante un buen rato los rascacielos iluminados desde mi almohada hasta que Mery comienza a moverse. Tras una ducha que me despeja del todo los pocos restos de sueño que podían quedar en mi cabeza, llamamos a la familia.

Día 2 de la Ruta Oeste de EE.UU

Medía hora después estamos de nuevo en las calles de Chicago con algo más de abrigo que ayer. Buscamos un Starbucks para desayunar. Damos con uno dos esquinas más arriba. Son las seis y media de la mañana y es domingo, nos cuesta dar con una mesa libre, finalmente nos sentamos junto a una ventana. Aprovecho para poner en orden las anotaciones de mi libreta (lo que ahora mismo estás leyendo). Al otro lado del cristal las calles están oscuras a pesar de que ha amanecido hace un buen rato, una ráfaga de viento persigue a un puñado de hojas secas, una pareja de turistas consultan el email en su tablet y detrás de nosotros un chico escondido bajo una gorra, escribe algo parecido a una carta en su macbook junto a una taza de té humeante.
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Caminamos avenida arriba rumbo al «Millenium Park«, la calle sigue oscura, un par de gotitas resbalan sobre mi rostro. Está empezando a llover. Tratamos de obviarlo, no queremos saber nada de lluvia, esto no estaba en el plan. «No te preocupes Mery, esto son cuatro gotas de nada».
Un cuarto de hora después tenemos que refugiarnos en un «walgreens» mientras al otro lado del escaparate las gotas se han convertido en verdaderos vertederos de agua. Los coches escurren agua a chorros y provocan auténticos tsunamis cuando sus ruedas rozan los bordillos. Hacía tiempo que no veía llover así. El viento se une a la fiesta. Nos hacemos con un par de paraguas y unos ponchos que nos protejan de la lluvia. Veníamos preparados por si hacía más frío de lo normal, pero esta pedazo de tormenta no aparecía en ningún pronóstico.

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La lluvia es más fina ahora pero no cesa, hacemos un cambio en el planning, decidimos visitar la«Willis Tower». Estamos horribles dentro de nuestros ponchos pero cumplen el cometido, y únicamente nos estamos mojando de rodillas para abajo. La mezcla de viento y lluvia forman un combinado letal del que no puedes huir, hagamos lo que hagamos vamos a terminar calados.
Chicago es una ciudad que tiene todo muy a mano. En apenas veinte minutos llegamos al que es el segundo rascacielos más alto de Estados Unidos, solamente superado por el «One world Trade Center» de New York. Los tickets nos cuestan 18 dólares cada uno. El ascensor asciende rápidamente, cuando pasamos del piso 50 mis oídos se taponan, en apenas un minuto hemos subido 103 plantas, estamos en lo más alto de América, miramos al resto de rascacielos por encima del hombro. Las vistas son espectaculares, los coches parecen miniaturas y el Lago Michigan saluda desde el fondo de la postal.

El Skydeck nos espera. Se trata de un habitáculo transparente (incluido el suelo) en el que no te aconsejo que pongas los pies si padeces de vértigo. La sensación es increíble, cuando miro mis zapatillas puedo ver los taxis, los edificios, los autobuses y la gente, todo es diminuto. Un escalofrío recorre la parte posterior de cuello. El Skydeck es acariciado por el viento y la lluvia y puedo sentir su vibración. Nos hacemos un par de fotos y grabamos un par de tomas lo más rápido posible, antes de que el suelo de cristal se rompa y caigamos al vacío desde más de cuatrocientos metros de altura.

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Volvemos al suelo, miro hacia arriba y la Torre Willis se pierde entre las nubes. La lluvia sigue mojando mi rostro. Nos hacemos con un bocadillo vegetal en un local que apenas ha abierto. Nos sentamos en una mesa mientras los camareros terminan de abrir. No para de llover y el viento agita las calles. Decidimos dar una vuelta por la zona comercial y resguardarnos de la lluvia en las tiendas. En cada establecimiento en el que entramos nos encontramos con una enorme sonrisa tras la puerta, me encanta como tratan los americanos al cliente.
Un par de horas después el bocadillo vegetal se ha evaporado de nuestros cuerpos y el hambre aparece de forma fuerte y contundente.
– Mery, para compensar el disgusto de la lluvia creo que nos merecemos un buen plato de caca, de caca de la buena. Tenemos que elegir un buen sitio para comer.
– Vamos a probar «Giordano´s».

Puede que esa, haya sido la mejor decisión que hemos tomado en nuestra vida.
El restaurante es famoso por su típica pizza al estilo Chicago. No recuerdo bien donde lo descubrimos, si en un programa de «Callejeros viajeros» o en «Crónicas carnívoras»… han sido muchos los programas de TV que hemos mamado tratando de documentarnos con buenos sitios para comer a lo largo de la Ruta.
El local está lleno hasta la bandera. Una simpática camarera nos dice que tenemos que esperar 40 minutos mientras se hace la pizza que hemos pedido. Matamos el tiempo con un par de «budweisers». Hay gente de todo tipo, parejas, familias enteras, incluso personas solitarias que se sientan frente a los enormes platos que sirven en el Giordano´s.
Llega la pizza. Mis ojos no dan crédito. Es enorme, es preciosa, es lo más bonito que he visto nunca…  la masa, la carne picada, el pimiento, el queso, tiene una pinta exquisita. La mejor forma de mostraros como era aquel manjar es a través de una foto:

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La gente recoge el resto de su megapizza en cajitas para llevar, algo muy típico en Estados Unidos. El personaje solitario de la mesa de enfrente mira perplejo nuestro plato. No hemos dejado ni las migas. Puedo decir con total seguridad, que la pizza del «Giordano´s» es uno de los mejores platos que he comido nunca, ya no solo la mejor pizza… el mejor plato¡¡ Si vienes a Chicago, pasa por GIORDANO´S. Me lo vas a agradecer eternamente. De nada.

El estar todo el día caminando acuestas con las mochilas hace que el cansancio aparezca antes de tiempo, nuestras barrigas llenas tampoco ayudan demasiado a seguir inspeccionando la ciudad, así que decidimos ir un rato al hotel a descansar y abordar la ciudad dentro de una hora, ya con ropa seca y más descansados. Al entrar escucho a la recepcionista a la que sigo sin entender absolutamente nada.

Nos tumbamos un rato mientras miramos nuestras redes sociales. El wifi del hotel funciona bastante bien. La lluvia deja de acariciar la ventana, los rayos de sol aparecen de la nada iluminando por completo la habitación. Es el momento, tenemos que jugar la segunda parte del partido.
Abordamos de nuevo las calles. El clima ha cambiado por completo, la lluvia y el viento se han transformado en un calor húmedo y pegajoso. Descubrimos un «Garrets» justo al lado del hotel, estas palomitas van a ser nuestra perdición. Mery hace cuentas de los kilos de palomitas que quiere comprar, yo me imagino una vuelta a España con una barriga tan grande que apenas me deja ver mi pito.
Vamos al Millenium Park. Huele a lluvia. Han colocado unos paneles con fotos gigantes de ciudadanos de la ciudad del viento que a la altura de la boca escupen un enorme chorro de agua. Los niños juegan a calarse hasta los huesos mientras sus padres les hacen fotos.

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Llegamos a «The bean», una curiosa habichuela gigante de acero inoxidable en cuya superficie se reflejan todos los enormes edificios de alrededor. Los rascacielos se miran al espejo en esta enorme «haba» que dispara unos puntos de vista espectaculares del Sky Line de la ciudad. Todo Chicago está aquí y es bastante difícil realizar una toma o una instantánea sin que salgan cincuenta personas más en la foto. Me quedo observando durante un buen rato el monumento y no dejo de pensar en el tipo al que se le ocurrió semejante idea; fabrico una judía de 98 toneladas, la planto en medio del parque y la convierto en uno de los símbolos de la ciudad… simplemente magistral.

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El calor sigue siendo sofocante, la humedad le convierte en alguien poderoso. Nos acercamos caminando a la zona del Lago Michigan… el famoso Lago Michigan y una de las cosas que más ganas tenía de ver y que en tantas películas y series han nombrado. Es épica la segunda película de la saga American Pie y su verano loco a orillas del lago.
El lago es espectacular, de un azul inmenso. Es un mar en calma, sin olas, con patos, donde no se ve el final. Un par de barcos navegan al fondo, las gaviotas planean sobre él. Me cuesta creer que toda esa inmensidad de agua, no sea salada si no dulce. Me encantaría verlo en invierno totalmente congelado (en invierno Chicago se pone tan ricamente a 30 grados bajo cero).

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Paseamos hasta la «Buckingham fountain», la imagen es una auténtica postal, un regalo para la vista. Los chorros de agua tratan de tocar las nubes con el precioso Sky line de Chicago de fondo. Las gaviotas se unen a la fiesta revoloteando sobre unos niños que juegan a ver quien corre más rápido. Tras hacer un millón de fotos, nos tomamos una especie de granizado de color azul en una terracita cercana en un inmenso vaso de corcho. Una pareja se hace arrumacos en la mesa de al lado, yo sigo ausente con la mirada puesta en las gaviotas, los chorros de agua y la silueta de los rascacielos.

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Se acerca la hora de la cena. Tenemos anotada una hamburguesería que tiene fama de servir la mejor hamburguesa de Chicago. Volvemos al centro de la ciudad. Chicago tiene un piso subterráneo por donde descongestiona el tráfico de la ciudad. Digamos que existen tres niveles: El subsuelo; donde por debajo de la ciudad circulan carriles que agilizan el tráfico de las horas puntas, la ciudad; donde se encuentra la vida, las casas, los centros comerciales, las calles, el tránsito de los coches y el rail elevado; por donde circula el tren abriéndose camino entre los enormes edificios a 5 metros de altura. Es una ciudad curiosa y preciosa. No esperaba encontrarme algo así aquí, caigo completamente enamorado de la «City Wind».

En mitad de una de las avenidas principales de la ciudad vemos un acceso al subterráneo. Las escaleras son un tanto tétricas, con poca luz. Una vez abajo, los coches circulan a toda velocidad, un mendigo arrastra un enorme carro lleno hasta la bandera mientras apura hasta el final un cigarrillo y de repente vemos el letrero de la hamburguesería, llegamos al «Billy goat tavern». Su gastada fachada tiene un aspecto de película total, al entrar, ese aspecto se acentúa todavía más. Este lugar lleva sirviendo hamburguesas desde 1934. Un enorme tipo negro hace malabarismos con las espátulas sin quitar ojo a las hamburguesas que echan humo sobre la plancha. Al otro lado del local dos hombres degustan un botellín de cerveza sin despegar la vista del partido de beisbol. Al otro lado de la barra, está el jefe; un tipo negro entrado en años que viene hacia nosotros para tomarnos nota. Pedimos dos cheeseburgers y un par de cervezas.

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En cinco minutos, tenemos la cena sobre la mesa. La hamburguesa es deliciosa, puede que algo pequeña para mi gusto, pero la calidad – precio es perfecta (nos cuesta tres dólares). El lugar es realmente carismático, tiene el aspecto de uno de esos antros de comida exquisita (tipo New York), el beisbol en la tele, los tipos de la barra, el señor mayor vestido de uniforme blanco, el ruido de las espátulas al rascar la plancha, los carteles de neon destartalados… estamos en una auténtica película. Un lugar con mucha solera.

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Tras un breve paseo entre el frío de la noche de Chicago llegamos al Hotel, antes de subir entramos al «Garrets» que descubrimos ayer y nos hacemos con media docena de bolsas de palomitas, si, nos hemos pasado, pero la intención es llevar reservas de sobra durante toda la Ruta.
Vuelco los videos y las fotos del día al ordenador con serias dificultades para mantenerme despierto. Cuando termino Mery ya duerme completamente derrotada. Me duermo observando los rascacielos iluminados al otro lado de la ventana, soñaré con el Lago Michigan y el «Billy Goat Tavern».

 

 

Aqui puedes ver el video del día completo:

 

 

Mil gracias por leernos y seguirnos en esta aventura!

 

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