RUTA 66. DIA 3. CHICAGO

El maldito Jet Lag ha dormido conmigo y a las cuatro de la madrugada ha decidido despertarme. La sirena de una ambulancia rompe por completo el silencio. Me levanto de la cama y pierdo la noción del tiempo observando desde el enorme ventanal, como el sol ilumina Chicago poco a poco.

Día 3 de la Ruta 66

Tras una placentera ducha vamos al que ya es nuestro Starbucks habitual a por un café para llevar. Vamos en busca del metro, es la primera vez que usamos el transporte público desde que hemos llegado. La estación está en plena ebullición, es lunes y los vagones están llenos de gente que va rumbo a sus respectivos trabajos.
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Pillamos la línea Roja. Un ejecutivo trajeado mantiene una animada conversación con el manos libres. Una chica rubia sonríe mientras lee algo en la pantalla de su teléfono móvil. El señor de barba del final del vagón resopla mientras lee el periódico secándose el sudor de la frente con un pañuelo de tela. Soy un fanático de las vidas ajenas, no puedo evitarlo. Desde muy pequeño me encanta observar a la gente, me encanta simplemente sentarme y mirar, verles andar, observar sus gestos, es una característica que llevo dentro desde muy canijo. El metro es un filón para un gran observador como yo. Llegamos a nuestro destino.
Ya en la calle, el calor es asfixiante. Ayer frío, hoy calor… el clima de Chicago se ríe de nosotros. Caminamos bajo la Torre Willis y tres o cuatro manzana avenida arriba nos damos de bruces con el «Lou Mitchell´s», el restaurante donde vamos a desayunar hoy. Es muy típico comenzar la Ruta desayunando fuerte aquí, nuestro verdadero viaje comienza mañana, pero cogemos el coche a primerísima hora y queríamos disfrutar de este lugar en calma y degustar sus famosos platos sin prisa.
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El local está muy bien decorado, es otro de esos garitos de película con camareras uniformadas y una enorme sonrisa como bienvenida. «Welcome to Lou Mitchell´s» nos dice una de las camareras nada más entrar. Nos acompaña hasta la mesa y nada más sentarnos nos sirve una «cazuela» de café solo. Aquí en Estados Unidos no tienen medida con las cantidades, es todo enorme, pidas lo que pidas. De repente suena una campana, el restaurante al completo entona el «Happy Birthday», es el cumpleaños de la chica de la mesa del fondo. Mery y yo nos venimos arriba y canturreamos dejándonos la vida en ello.
Al fin pedimos, y en menos de diez minutos tenemos delante de nuestras narices una enorme sartén con revuelto de huevos, bacon, queso, pimientos…. un auténtico plato de «caca» de la buena. Las raciones son inmensas. Estoy convencido de que si algún día cumplo mi sueño de venir a vivir a U.S.A, en menos de un mes me pongo en los cien kilos. Adoro vuestra comida de mierda América¡¡

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A duras penas consigo terminar mi plato. En la mesa de enfrente dos señores trajeados cierran un negocio con un apretón de manos frente a la pantalla de un portátil. Yo también quiero cerrar mis negocios laborales en el «Lou Mitchell´s» frente a una enorme sartén de salteado de huevos y bacon.
Salimos de allí llenos hasta reventar. «Mery, yo hoy no como nada más en todo el día, nos hemos pasado».

Damos un Paseo hasta la «Chicago Union Station», estación de trenes que ha salido en multitud de películas ( «Los Intocables», «La boda mi mejor amiga», etc…). Justo en la puerta, un cartel con el dibujo de una pistola nos advierte de que no está permitida la entrada de armas. Mery y yo nos miramos acojonados. Finalmente entramos y el tiempo se retrasa noventa años a la época de Alcapone y compañía. La estación no ha perdido ni una gota de la esencia de aquellos años. Es un lugar señorial que impone mucho. Una enorme bandera americana desciende desde una de las gigantescas bóvedas. Hay un par de personas durmiendo sobre los macizos bancos de madera esperando a que llegue la hora de coger su tren.

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Cogemos de nuevo la línea roja del metro y volvemos a los aledaños del centro de la ciudad. Merodeamos bajo la «Water Tower» y la «Hancock Tower». El calor es asfixiante. Necesito algo de frío, vamos en busca del aire acondicionado de las tiendas de la «Magnificent mile». Suena el «Michelle» de los Beatles, que se me mete a conciencia en mi cabeza y se queda conmigo el resto del día.

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Vamos en busca del punto cero del viaje, la señal que da comienzo a la Ruta 66. El inicio de las cuatro mil millas que nos llevarán cruzando practicamente el País de Este a Oeste. Descartamos visitar la señal con el coche mañana ya que es difícil aparcar y además nos pilla bastante a desmano de las oficinas de National, donde recogeremos el vehículo.

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Si, ya se que hace nada hemos jurado que no comeríamos nada en todo el día, pero es imposible. Eso sí, decidimos pillar algo ligerito en un «Walgreens» que hay cercano al hotel. Un par de bocatas de pollo acompañados de dos bowles de frutas son el menú de hoy. Llegamos al hotel casi casi arrastrándonos del calor. Hemos salido de casa con ropa de abrigo tras el frío que pasamos ayer y hoy el clima escupe un calor húmedo y pegajoso.
Tras el menú light, decidimos destrozar la dieta devorando un par de bolsas de palomitas del «Garrets». Estamos totalmente enganchados.
Nos cambiamos de ropa y nos ponemos algo más veraniego para plantarle cara al calor. Ya estamos listos para abordar las calles de Chicago de nuevo. Nada más poner los pies en la calle nos quedamos helados. Que broma es esta¡¡ El tiempo ha cambiado por completo en apenas una hora y media. Me viene a la cabeza un diálogo de la serie «Prison Break» donde alguien le decía a Michael Scofield: «Si no te gusta el clima de Chicago, espera cinco minutos». Real como la vida misma. Subimos de nuevo a la habitación y volvemos a cambiarnos.
En media hora estamos sentados en el «Trolebus», un destartalado autobús cuyo interior está decorado todo de madera y en el que únicamente pagas la propina que quieras dejar. Nos lleva hasta el Navy Pier. Justo antes de llegar a nuestra parada, dos enormes truenos rugen sobre los rascacielos, a los cinco segundos comienza a llover a cántaros. Esta mañana hacía un calor asfixiante, hace media hora estábamos pelados de frío y ahora hay una tormenta monumental. Bajamos del Trolebus corriendo a toda velocidad en busca de refugio tratando de proteger las cámaras y los móviles de la espectacular tromba de agua que está cayendo.
Llegamos empapados al centro comercial y descubrimos que podemos recorrer bajo techo el edificio hasta llegar al pequeño parque de atracciones que hay junto al Lago Michigan. Cuando al fin alcanzamos la noria, deja de llover y el cielo se llena de gaviotas. Damos una vuelta por las atracciones totalmente empapadas y volvemos al paseo. Hay una vista espectacular con el Sky Line de la ciudad al fondo y cientos de gaviotas planeando sobre el Lago. Está todo lleno de charcos y huele a lluvia. El cielo se pinta de un color rosáceo y la vista es realmente bonita. Vuelvo a tener calor. Definitivamente el clima de Chicago nos está tomando el pelo.
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Preguntamos en un par de tiendas pero no hay forma de comprar una bandera americana. Llevamos tres días tratando de comprar una y no damos con ella. Aquí todo el mundo planta una bandera en el sitio menos insospechado, en algún lugar las comprarán¡¡

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Volvemos por el Trolebus, de repente el cielo rosa se vuelve gris y vuelve a caer agua del cielo. Esto es una maldita broma. Justo cuando tenemos que salir a descubierto en busca de nuestro autobús se pone de nuevo a llover como si no hubiera un mañana. Esperamos en el porche pacientemente durante media hora pero la lluvia no cesa y el trolebús no llega. A nuestro lado un grupo de chavales trata de ligar con unas chicas. Parece que el chico rubio de la gorra ha tenido éxito y la pelirroja de la coleta le hace ojitos. Veo un taxi y me voy por él bajo la lluvia, Mery me sigue. En la pantalla de detrás del conductor están dando las noticias; hay alerta de tornados en la zona de Oklahoma y Kansas. Espero que cuando pasemos por allí no tengamos problemas.

Antes de llegar al Hotel, compramos algo de cenar en Wallgreens. El viento ha echado a la lluvia. Esta es nuestra última noche en Chicago. Hacemos las maletas y recogemos un poco el caos que gobierna la habitación. Tras una ducha, vuelco las fotos y los vídeos en el portátil y observo durante un buen rato como el viento agita los árboles desde la ventana. Los rascacielos se iluminan. Mañana comienza la auténtica ruta 66.

 

Video completo del ultimo día en Chicago:

 

 

Mil gracias por leernos y seguirnos en esta aventura!

 

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