RUTA 66. DÍA 6: ST. LOUIS (MISSOURI) – SPRINGFIELD (MISSOURI)

A las ocho estamos ya duchados, con la nevera de corcho cargada hasta los topes de hielo y con el equipaje en el coche. Le decimos adiós al Motel y a su lamentable Wifi.
Nada más arrancar el coche nos damos de bruces con un «wafflehouse». No podría haber otro sitio mejor donde desayunar¡ Durante los diez minutos que tardan en servirnos, observo a los clientes del local. Es curioso, pero únicamente Mery y yo bajamos de los cien kilos, el resto está muy por encima. Por un momento pienso que en este restaurante solamente dejan entrar a personas obesas.

Día 6 de la Ruta Oeste de EE.UU

Devoramos unos Waffles , un sandwich de pollo y una enorme taza de café, mientras la camarera nos pregunta cada cinco minutos si está todo a nuestro gusto. Tanto el trato como el desayuno son buenísimos.

El tramo de la Ruta desde St. Louis a Cuba tiene poco atractivo y además está cortado, así que cogemos la carretera estatal. El paisaje es espectacularmente verde a ambos lados de la calzada. De repente vemos un enorme bicho tirado en medio de la carretera, se trata de un ciervo al que algún vehículo ha atropellado, por lo visto no han venido todavía las autoridades pertinentes a retirarlo. Habíamos visto neumáticos, mapaches, armadillos, pero el ciervo rompe todas las barreras de tamaño imaginables. Como habrá quedado el coche…

Hacemos una parada en un Wallmart y compramos provisiones para la nevera. También pillamos algo de cena ya que el Motel en el que dormiremos hoy tiene microondas.
Dentro del coche vamos saltando de la emisora de los años cincuenta a la emisora del country. Mientras Mery maneja el volante trato de captar alguna toma chula para nuestro documental americano. Soy un pésimo copiloto, no puedo estar demasiado tiempo quieto sin hacer nada.
Llegamos a Cuba, un pueblo famoso por los murales que decoran las fachadas de las calles. Visitamos el «Wagon wheel motel»; un Motel que lleva allí desde 1934 y en el que es complicado encontrar habitaciones libres.

Entramos en una tienda donde nos hacemos con una chapa decorativa para la pared. La idea es conseguir unas cuantas chapas relacionadas con el viaje y colgarlas en el salón a la vuelta (hoy, ya puedo decir que ha quedado una pared muy muy bonita).
Justo antes de llegar a Rolla, nos sorprende una enorme silla, se trata de la famosa «Rocking Chair». Una gigantesca mecedora que te hace sentir el más minúsculo de los insectos. Habíamos visto fotos de gente que ha podido subir, pero por más vueltas que damos a la silla no vemos forma humana de escalar.

Sentado bajo la sombra de un árbol, un motero se refugia del calor. Fuma despacio un cigarro sin quitarnos ojo de encima. Probablemente le haya llamado la atención nuestro gran trípode que no pasa desapercibido en ningún lado y el jolgorio que montamos cada vez que grabamos una toma o queremos salir los dos en la misma foto. El motero ha terminado su cigarro y se dedica únicamente a observarnos mostrando una sonrisa. Le saludo con la mano y me devuelve el saludo mientras se ajusta su casco. Se pierde carretera abajo con elegancia, controlando el alto manillar de su moto mientras el escudo de su club de moteros pegado en la parte trasera de su chaleco se hace cada vez más y más pequeño.

 

El GPS y la aplicación de la Ruta 66 que llevamos en el móvil siguen con su habitual pelea. El GPS trata continuamente de sacarnos a la I – 44 y la aplicación de la Ruta 66 nos mantiene firmes sobre el legendario trayecto.

Paramos a comer en «Johnnie´s bar» en St. James. Un sitio muy muy mítico. Tiene cierto aire a Western y a carretera polvorienta. En medio del local reina una enorme mesa de billar. En el techo hay decenas de dólares clavados con chinchetas. El suelo cruje a cada paso que das y al otro lado de la barra hay un encanto de camarera de cabellos dorados. «Bienvenidos a Johnnie´s» nos dice entusiasmada. Se acerca a nuestra mesa y se interesa por nuestro viaje ofreciéndonos dos cervezas mientras se hacen las hamburguesas. Somos los únicos clientes del bar a esta hora. La hamburguesa y las patatas que nos sirve la simpática camarera resultan exquisitas, de lo mejor que hemos comido hasta ahora.

 

 

Al salir del fantástico tugurio el cielo nos recibe con un azul manchado de inmaculadas nubes muy muy blancas. El sol escupe fuego y la piel quema. Vamos corriendo al coche y ponemos el aire acondicionado al máximo. El coche tiene una pantalla en el salpicadero desde donde podemos ver lo que hay detrás, ya que lleva una cámara instalada en la matricula trasera. Cuanto voy a echar de menos esa pantalla cuando tenga que ponerme de nuevo al volante de mi Opel Corsa. Me he acostumbrado rápido a no mirar atrás para salir de los aparcamientos.
El paisaje sigue muy verde. Preciosas casas a ambos lados de la carretera. Algunas de ellas incluso tienen un par de caballos atados al porche. En las extensas praderas se ven bastantes vacas. En la entrada de una de las casas un tipo anuncia que es mecánico y que es capaz de reparar tu coche por unos pocos dólares. Se respira paz mientras los acordes de una canción country nos trasladan a otra época.

Paramos en «Totem Pole Trading Post», una tienda que lleva allí desde 1933 y donde además de disparar unas cuantas fotos en la preciosa decoración, nos hacemos con más chapas metálicas para nuestra colección.

Un poquito más adelante llegamos a uno de los carteles más míticos de toda la ruta; el cartel del legendario «Munger Moss Motel». Se trata de un cartel muy colorido al que el azul intenso del cielo le viene de perlas para salir impecable en cada una de la fotos que le hacemos.

Los moteros me tienen totalmente entregado, son parte fundamental del decorado de la Ruta y esto no hubiese sido lo mismo sin verlos pasar en grupos ataviados a la perfección sobre sus preciosas y relucientes motos.
Llegamos al segundo Springfield de la Ruta, esta vez en el Estado de Missouri. El calor está metido a fuego en nuestro cuerpo, así que repetimos la táctica que usamos ayer; descarga de maletas y corriendo a la piscina. El momento chapuzón es orgásmico. Dormimos en el «Days Inn and Suites Springfield»

Una ducha después, ya estamos listos para cenar. Calentamos la cena que hemos comprado esta mañana en el microondas y tenemos unas deliciosas fajitas de pollo, un par de bandejas con fruta fresca y una enorme cama.
Nada más cenar, Mery divisa una mosca. Eso quiere decir que hasta que no la aniquilemos no va a estar tranquila. Yo estoy lo suficientemente cansado como para tumbarme sobre esa cama y pasar absolutamente de la maldita mosca, pero Mery ya tiene en su rostro su famosa mirada del cazador y hasta que esa mosca no salga de la habitación, aquí no va a dormir ni Dios, así que me uno a la cacería.

Sin querer nuestra noche se convierte en aquel capítulo de «Breaking Bad» donde Walter y Jesse se dedican a perseguir una mosca durante un episodio completo. El insecto se ríe de nosotros volando veloz de lado a lado de la habitación. Sabe que estamos cansados, sabe que somos vulnerables y sabe que hay restos de comida en la cajita de cartón que hay sobre la mesa. La perdemos de vista, la buscamos durante cuarenta largos minutos moviendo absolutamente todos los muebles y cuadros de la habitación. Ni rastro. M3ry apaga la luz, se escucha un leve zumbido y vuelve a encenderla, la mosca no está, pero la oímos. En un gran golpe de suerte visual consigo verla en el interior de la lampara de la mesilla, le cortamos la salida con una camiseta golpeamos la lámpara, la mosca cae al suelo y en cuestión de segundos es una mancha negra sobre la moqueta. Ha sido una persecución de casi una hora.
Caigo rendido sobre la cama, a Mery se le apaga la mirada del cazador y conecta su carita angelical.

 

 

Video completo en Youtube:

 

Mil gracias por leernos y seguirnos en esta aventura!

 

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