Me arrastro hasta la ducha esquivando el caos de maletas abiertas que hay esparcidas por la habitación. El agua fría me trae de nuevo al mundo de los vivos. Mery remolonea en la cama tapándose la cara con la sábana. Al otro lado de la ventana, el sol se despereza poco a poco. Hoy me he despertado más temprano de lo habitual.
Día 9 Ruta 66
Antes de ponernos en ruta tenemos que pasarnos por el súper en busca de un adaptador de corriente. Ayer cuando nos acostamos nos dimos cuenta que de que el transformador se quedó en el Motel de Oklahoma. Sin adaptador no podemos cargar ni las cámaras de vídeo, ni las de fotos, ni los móviles, ni utilizar cualquier cosa que haya que conectar a la red eléctrica. El objetivo de la cámara, la nevera, la pata del trípode, ahora el adaptador…. la Ruta 66 está arrasando nuestro equipaje.
Damos la vuelta en el embarrado camino y ponemos rumbo a las Harley Davidson del horizonte. Todos los campos que nos rodean se encuentran totalmente inundados. El sol sigue sin dar señales de vida y mi café es un vaso vacío.
Al fin llegamos a la entrada del Cadillac Ranch, a lo lejos pueden verse diez cadillacs literalmente clavados en el suelo. Está considerado como una de las más célebres obras de arte del siglo XX, los miembros de Ant Farm enterraron parcialmente el morro de diez coches cadillac alineados en un campo de trigo, propiedad de un magnate. Representan la decadencia del estatus social y el declive del sueño americano.
Doscientos metros de barro nos separan de los coches. Los valientes que se aventuran a acercarse a ellos vuelven manchados hasta las orejas. A Mery se le enciende la bombilla y propone que nos atemos unas bolsas en los pies, sin duda mucha mejor opción que caminar descalzos hasta allí, tal y como mi cabeza estaba barajando.
Ya con una bolsa en cada pie caminamos lentamente sobre el barro. La gente observa detenidamente nuestros pies y se ríen con cierto disimulo. Los moteros que vuelven ya de los coches nos gritan que nuestra idea es genial.
Al fin llegamos. De cerca impresionan mucho más que en las fotos. La zona está llena de agua. Con bastante dificultad consigo acercarme a uno de los famosos coches, cojo uno de los mil sprays que hay esparcidos por el suelo y trato de hacer una especie de dibujo sobre unos de los cadillac. Apenas queda tinta en el bote. Es típico llegar hasta aquí y dejar tu rúbrica en la parte del coche que elijas. Los vehículos llevan millones de capas de pintura encima. El sol aparece de repente complicando la foto ya que todo aparece a contraluz. Podría haber estado nublado un ratito más.
Volvemos sobre nuestros pasos. Cuando llegamos al coche numerosos turistas dan zapatazos al suelo intentando quitarse el barro de los pies. Mery y yo nos sentamos sobre el capó de nuestro coche y nos quitamos con cuidado las bolsas ante la atónita mirada del respetable público. Si, la idea de Mery ha sido un éxito, nuestras Vans están impolutas. Uno de los americanos que nos observaba detenidamente, camina hacia los cadillacs con sus respectivas bolsas cubriendo sus zapatos. Hemos creado escuela.
Nos ponemos de nuevo en ruta. El paisaje es verde y huele a «boñiga» de vaca. A cada lado de la carretera un hilera de casitas nos dice adiós. En el salpicadero del coche aparece de repente una advertencia: «Mantenimiento requerido». Mery y yo nos miramos:
– ¿Esto no será grave, no?
– No sé si es grave o no… pero la dirección que llevamos es el desierto de Nuevo Méjico, y no me hace demasiada ilusión cruzar el desierto con una alarma que pide mantenimento ahí parpadeando.
Optamos por no hacerle ni el más mínimo caso a la lucecita amarilla, llegando a la conclusión de que como el coche lleva muy pocos kilómetros, nos advierte de que a partir de ahora hay que hacerle un chequeo. Yo añado a nuestra propia mentira…»mantenimiento que se puede realizar hasta pasados los diez o quince mil kilómetros». Es un parche para no manchar nuestra felicidad, vamos a creernos nuestra propia trola y a seguir recorriendo el interior del País como si nada hubiese pasado.
Llegamos a Adrian, el punto medio de la Ruta. Estamos a 1139 millas de Chicago y de los Ángeles. Una señal indica que nos encontramos justo en el «Midpoint». Justo delante de ella un precioso coche rojo colabora para que la foto sea una auténtica postal.
En la puerta de la cafetería están aparcadas las Harley de nuestros amigos moteros, que reponen fuerzas dentro. Entramos y el sitio está decorado a la perfección. Tras el mostrador nos saluda un tipo con gafas que luce una bonita camisa llena de coches y señales referentes a la ruta.
Nos sentamos en la mesa del fondo mientras el olor del local nos llena la boca de agua. Pedimos un par de postres con sus respectivos cafés. Es un lugar muy bonito con una decoración fabulosa, ambientada, como no, en los casi cuatro mil kilómetros de la 66.
Junto a la cafetería hay una tienda donde puedes adquirir cualquier tipo de souvenir relacionado con la carretera madre. Me hago con una taza idéntica a la que he usado para desayunar aquí.
Al salir del local. el simpático camarero nos desea un gran día desde el otro lado del mostrador. El coche apesta a pizza. No sabemos de donde viene el aroma pero es como si hubiese una pizza horneando en el asiento de atrás. Removemos maletas y bolsas tratando de dar con la causa, hasta que al fin damos con «Tony Peperoni»; una porción de pizza con cara, brazos y piernas que Mery compró ayer en el «Big Texan», y del que no sabíamos que salía un intenso aroma a pizza.
Arranco el coche, marcha atrás y mi gorra sale despedida a toda velocidad de mi cabeza. Le he dado un golpe a algo, si, tenemos una enorme pantalla en el salpicadero del coche que nos muestra lo que la matrícula trasera es capaz de ver, y aun así le hemos dado un golpe a un enorme poste de unos ocho metros de altura. El recorrido que hay desde la puerta del conductor al maletero, esos escasos tres metros, se me hacen eternos, cuando llego a la parte de atrás me cuesta mirar, no quiero hacerlo. El momento que transcurre desde que te das un golpe con el coche hasta que compruebas visualmente los daños es uno de los momentos más horribles que alguien puede experimentar. Pero aquí estoy, frente al portón trasero del coche sin atreverme a levantar la vista y confirmar que el golpe ha sido tan fuerte como ha parecido. Mery me clava la mirada en silencio a través del espejo retrovisor con una expresión que reclama respuestas.
Al fin me armo de valor y levanto la cabeza, y ahí está, un bollo de puta madre en el parachoques trasero. Froto con la mano pero no, no disminuye, ni se disimula, ni nada de nada…. le digo a Mery que baje del coche para que sus ojos confirmen el destrozo.
– La que has liado, hijo mío¡¡
Subimos al coche de nuevo. Ahora tenemos dos problemas, una señal en el salpicadero que pide mantenimiento y un bollo en la parte trasera del coche. Durante casi una hora Mery y yo no hablamos. Nos limitamos a dejar que la música suene mientras en nuestras cabeza da vueltas el enorme poste, el bollo y la señal de advertencia, con la mirada puesta en el horizonte. No sé como afrontar esto.
Entramos en el Estado de Nuevo México. Nos topamos con los moteles y los murales de la población de Tucumcari. Hoy es el día de la bandera y es fiesta Nacional, quizás por eso nos encontramos la mayoría de los establecimientos cerrados.
Mi cabeza sigue en el poste y en el bollo. No consigo respuestas, no sé como gestionar esto. Necesito una buena hamburguesa, un abrazo de colesterol del bueno que me aclare las ideas. Necesito encender la bombilla a base de ketchup, mostaza y patatas.
En Santa Rosa paramos en un restaurante mexicano. Mery pide una quesadilla, yo mi hamburguesa. Buscamos información en internet para ver como se gestionan este tipo de situaciones en Estados Unidos. No es buena idea, nos encontramos con opiniones de todo tipo; desde gente que ha tenido que pagar una derrama de más de dos mil dólares por el cambio de un parachoques, a conductores que han tenido que buscarse un abogado porque aquí en U.S.A, todo se soluciona con un abogado ya que las demandas están a la orden del día.
Meternos en la red a ver casos similares ha sido como diagnosticarse a través de internet, un auténtico desastre. Optamos por ir directos a las oficinas de National en Albuquerque y explicar lo que ha ocurrido, bueno, la parte del golpe al poste la vamos a cambiar por un «nos han dado un golpe en el parking y no nos han dejado nota», a ver que pasa.
Antes de arrancar de nuevo, miramos a fondo cada uno de los papeles que nos dieron en la agencia de alquiler, pagamos un Plus antes de recibir el coche mejorando nuestro seguro inicial, pero no sabemos realmente lo que cubre. Enciendo el contacto del coche y vamos rumbo a Albuquerque en busca de respuestas. Pillamos la carretera general para ganar tiempo.
Mi «Miguelada» ha tardado en aparecer, pero ha aparecido a lo grande, yo cuando me pongo, me pongo¡¡
Una hora y una fugaz siesta después, llegamos al aeropuerto, donde se encuentran las oficinas de National. Un avión nos da la bienvenida planeando a pocos metros del asfalto, jamás había visto a uno de esos gigantescos monstruos volar tan tan bajo, ha sido lo más parecido que he estado nunca de los efectos especiales de una película.
Tras dar un par de interminables vueltas por el perímetro de la terminal, al fin damos con la oficina. Una sonriente chica morena se interesa por nuestro vehículo. La sonrisa se le borra del rostro en cuanto ve el bollo de nuestro coche. «Tengo que avisar a un superior, un momento por favor». A los cinco minutos vuelve con un tipo medio negro medio pelirrojo, algo muy raro. Pero lleva un Walkie talkie, luce corbata y no para de dar instrucciones, sin duda alguna este es el tipo que corta el bacalao aquí dentro. Examina la matrícula y se asoma al salpicadero a ver la señal de advertencia que parpadea desde hace más de cuatrocientos kilómetros. Se acerca a nosotros y con una sonrisa brillante nos dice: «No se preocupen por nada, mi compañero les enseñará otro vehículo y se lo cambiamos de inmediato». El empleado de National nos hace un tour por los diferentes vehículos del parking que tiene disponibles e incluso nos ofrece algo de gama superior. Finalmente cogemos el mismo vehículo que hemos llevado hasta ahora pero esta vez de color gris y con la matrícula californiana. Problema resuelto.
Salimos de allí sin saber realmente si el seguro cubría nuestro golpe, ya que no nos han pedido ningún tipo de explicación, o han tratado de compensar la avería del salpicadero con el golpe. En cualquier caso, tenemos coche nuevo y estamos en territorio Heisenberg, en la ciudad donde se rueda de forma íntegra una de nuestras series favoritas; Breaking Bad¡¡
Nos vamos directos al Motel. «Super 8 Albuquerque» El tema del coche nos ha desgastado bastante y hemos hecho una buena «kilometrada» con los nervios a flor de piel. Aún así, tratamos de sacudirnos el cansancio visitando uno de los escenarios por excelencia de la mítica «Breaking Bad», el local de Gus Frinch, el famoso «Pollos Hermanos», que en realidad es una cadena de comida mexicana llamada Twisters. El interior del restaurante es idéntico al que aparece en la serie. No me creo que esté aquí. Somos muy frikis de las series y uno no tiene el placer de visitar el escenario real de una serie como esta todos los días. Traemos anotadas muchas de las localizaciones de la serie, pero eso ya entra en el plan de mañana.
Antes de pasar por el Motel, entramos a un Walmart por algo de cenar. El cielo está espectacular y nos promete un atardecer legendario. Decidimos salir a la avenida para observar como el sol pinta el cielo de rosa y se esconde poco a poco tras el horizonte. A veces es suficiente con perder solo un poco de tiempo en observar lo que la vida nos ofrece de forma totalmente gratuita, llámalo atardecer, llámalo escuchar la sonrisa de un niño, llámalo ver el brillo en los ojos de Mery, llámalo como quieras, pero aprende a encontrarlo, es uno de los secretos de mi humilde felicidad.
Cenamos un par de ensaladas de pollo sentados sobre la cama y vuelco los vídeos en el portátil. El cielo es ya totalmente negro ahí fuera. Mi cuerpo asimila el incidente del coche pasando a un estado total de relajación que me deja totalmente derrotado. Mis ojos se cierran con la mente puesta en la caravana de Walter White y Jesse Pinkman.
Mil gracias por leernos y seguirnos en esta aventura!