RUTA COSTA OESTE EEUU. DÍA 11. LAS VEGAS

A las 07:30 mis ojos se abren automáticamente. Mi cuerpo y su ritmo vital ya son totalmente americanos. El sol invade cada rincón de la habitación. Nos vestimos y bajamos a desayunar. Hoy tenemos un ticket que nos permite pasar al bufé libre. Hay señoras con rulos jugando en los casinos bajo una inmensa nube de humo. Son las 07:45 h. El trajín de gente que camina veloz hacia uno y otro lado del hotel, convierten el CIRCUS CIRCUS en el metro en hora punta. Tras solucionar un breve problemilla con los tickets del bufé, al fin conseguimos entrar.

Día 11 de la Ruta Oeste de EE.UU

Nuestra mesa se llena de platos. Sandwiches, zumos, frutas, tortitas, más sandwiches….un desayuno fuerte. De esos que podrían incluso anular la cena. Vamos a necesitar la energía.

Nos dirigimos a uno de los dos famosos Outlets de Las Vegas. Decidimos ir al Sur. Hemos tratado de contener las compras hasta que llegase este momento desde que hemos iniciado el viaje. En los foros la gente comentaba, que uno de los mejores sitios donde comprar barato en U.S.A es en los Outlets de Las Vegas. Y allí vamos.
Lo que iban a ser dos horas en un ir y venir rápido, se convierten en cinco horas de exhaustivo análisis. El cambio dólar – euro no se encuentra en su mejor momento, y eso hace que compremos menos de lo previsto. Aún así nuestros brazos terminan con un puñado de bolsas colgando de ellos.
Las tiendas vuelven a dejar claro, que los empleados americanos atienden como nadie a sus clientes. Siempre encuentras una sonrisa a la entrada, y un «Que tenga un buen día» a la salida. Estados Unidos va un paso o dos por delante, y eso se nota. Se nota en los pequeños detalles. Por ejemplo, me encanta que los dependientes tengan piercings y tatuajes, y ver que el trato que ofrecen a los clientes es perfecto.

Decidimos comer algo en el mismo centro Comercial. Un par de porciones de pizza y unos macarrones después salimos en busca del coche. El calor permanece inmóvil fuera, con su mejor arsenal preparado para nosotros. Las Vegas es el mismísimo infierno en lo que a temperatura se refiere. El coche a punto de convertirse en una enorme mancha roja fundida por el calor nos da la bienvenida con su simpático pitido. La puerta quema. El volante abrasa. Tres gotas de sudor echan una carrera frente abajo. Arranco, y conduzco en busca de un hotel. Necesito que el aire acondicionado me de un abrazo y venga  a rescatarnos.

Visitamos el «New York, New York». Un hotel que es una réplica de Manhattan, con su estatua de la Libertad, y una montaña rusa que hace luppings entre los rascacielos. Mi hotel favorito aquí en Las Vegas.
Después recorremos el «MGM», y el «Excalibur». El calor continua apretándonos el pescuezo. Y mis bolsillos se van llenando de chicas desnudas. Los repartidores de tarjetas te inundan en cuanto te despistas, vaya o no tu pareja contigo.

 

 

Decidimos volver a nuestro hotel e inaugurar la piscina. Necesitamos agua. Escapar del calor. El agua está helada, pero resulta milagrosa. Junto a la piscina hay un jacuzzi. Mery se adueña de él. Yo observo a la pareja que se hace arrumacos a mi lado. Muy americanos. Aparece en escena un Señor de avanzada edad con dos chicas bastante jóvenes. Al principio pienso lo bien acompañado que va con su dos nietas. La sonrisa diabólica de la pelirroja me dice que ese señor no es su abuelo. El hombre se da un homenaje con dos treintañeras sobre la hamaca acariciando con los dedos el cielo sin nubes de Nevada.

Tras una ducha, donde el cansancio se escurre por el desagüe nos desplazamos hasta la calle Fremont. Allí se encuentran los primeros casinos que hubo en Las Vegas. Allí empezó todo. Un larga calle llena de gente y artistas callejeros que ofrecen su espectáculo por un módico precio. Antes de adentramos en la jungla de la Calle Fremont, el olor a Hamburguesa me coge del pelo arrastrándome hasta el interior de uno de los mejores locales que he visitado jamás. El «Heart Attack». Simula ser un Hospital y las camareras visten cortísimas faldas ataviadas de enfermeras. Una enorme báscula en el centro del Restaurante, te da la oportunidad de ganarte los azotes de una de las despampanantes camareras y no pagar la cena. Dos americanos de gran envergadura prueban suerte. Uno de ellos pesa más de los 150 kilos que hay que superar y se gana los azotes y el cenar por la cara.

Antes de sentarnos nos ponen la típica bata de enfermo. Me veo ridículo. Los americanos son los reyes del Marketing. Lo diré siempre. Saben que Estados Unidos, además de un País, es un negocio redondo y saben explotarlo. Trabajan muy bien la explotación de sus restaurantes y el trato de los camareros es exquisito. Tras bucear por la carta con la boca hecha agua durante un par de minutos decido no jugármela con la «Triple By pass», una enorme hamburguesa de tres pisos. El local llegó a publicitarla, corriendo el bulo de que a un hombre le dio un paro cardiaco tras ingerir sus más de 6000 calorías. El local está hasta arriba de gente reclamando su dosis de colesterol. Me decido por la segunda más grande de la casa, acompañada de una lata enorme de cerveza.

 

 

A la hora salimos del local con 2 kilos de más. Acabo de comerme la mejor hamburguesa que he probado nunca. Grande, con la carne muy hecha, con el pan tostadito y con todos los condimentos imaginables. Esta hamburguesa deja a años luz a cualquiera que haya probado antes en España. Deja a años luz a la mítica hamburguer del Cebrián. Y pelea por el número uno con la que comimos en Sausalito (San Francisco). Aunque si me tengo que quedar con una, me quedo con la gran hamburguer del «Heart Atack». Ha sido increíble.

Nos dejamos llevar calle abajo sumergiéndonos en el ajetreo de la «Fremont Street». Artistas callejeros. Gente caracterizada con los más variopintos personajes que posan contigo en una foto a cambio de un par de dólares. Y sobre todo casinos y tiendas de souvenirs. De repente el cielo se cubre y comienzan a sonar los acordes de «We are de champions» de Queen. El techo proyecta imágenes de Freddie Mercury y compañía. Aparecen de la nada un grupo de americanos que atraviesan la calle hasta el final colgados de una tirolina. El mundo se para. América mira al cielo contemplando el espectáculo de la «Fremont Street». Y Mery y yo asistimos a uno de los mayores espectáculos que hemos visto nunca. La hamburguesa cae poco a poco a nuestros tobillos. El peso del estómago desaparece. Nos ha venido bien  el Paseo.

Decidimos volver por el coche e ir al Hotel a descansar. La zona antigua de Las Vegas es cien por cien recomendable. Si venís por aquí algún día visitar la «Fremont Street», no os dejará indiferentes.
Una vez en el hotel, caemos rendidos sobre la cama. El cansancio y los kilómetros acumulados comienzan a hacer mella. Las Vegas sonríe desde el otro lado del cristal mientras nos guiña un ojo. Mañana más.

 


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