RUTA COSTA OESTE EEUU. DÍA 12. LAS VEGAS

Hoy decidimos levantarnos un poco más tarde. En lugar de a las siete, nos ponemos en pie a las ocho y media. Los días han comenzado muy temprano desde que aterrizamos en Estados Unidos. Han sido días intensos donde hemos exprimido al máximo cada segundo. Hoy es el primer día en el que podemos decir que tenemos más tiempo.

Hoy no nos entra el desayuno del CIRCUS CIRCUS, así que nos contentamos con un par de Nesquicks y un puñado de galletas que compramos ayer en un súper cercano.
Decidimos tomarnos el día con filosofía. Eso quiere decir que vamos a tratar de levantar el pie del acelerador. Hoy vamos a ir tranquilos. Nos sobra tiempo. Lo que había que ver en Las Vegas se ha visto. El cuerpo nos pide un poco de calma.
Comenzamos el día en la piscina del hotel. Un par de horas de sol, sobre la hamaca y disfrutando de las canciones que pinchan en la emisora americana. La pareja que el otro día se hacía arrumacos son fijos en la piscina. No fallan. Dos amigos degustan uno de esos enormes cafés en vaso de cartón mientras planean el asalto a la ciudad del vicio esta misma noche. El encargado de prestarnos las toallas trata de ligar con un par de americanas con rasgos asiáticos, mientras ellas untan sus tatuajes de crema solar.

Se acabó el relax. El sol saca su látigo, golpeando de nuevo con sus 45 º a la sombra. Huimos de la piscina. Rumbo al «Caesar Palace», uno de los Hoteles más famosos y lujosos de Las Vegas. Dejamos el coche en el «Flamingo» ya que es más pequeño, y es más difícil que nuestra mala orientación nos juegue otra mala pasada. El «Caesar Palace» trata de recrear elementos de la antigua Roma. No me gusta el hotel. No me siento cómodo en lugares tan lujosos. Soy mas de zapatillas de estar por casa. En realidad, no cambio ninguno de los hoteles de Las Vegas por ninguno de los moteles en los que nos hemos alojado hasta ahora.

Enormes pasillos, con grandes figuras de mármol. El mármol deja de ser mármol cuando lo toco. Está todo hueco por dentro. A simple vista da el pego. Las piscinas del hotel no tienen nada que ver a la del Circus Circus. Esto parece Marbella. La jet Set del mundo tirada a la Bartola mientras el camarero sirve un daikiri tras otro. «El lugar es precioso»- Exclama Mery.
Junto a la puerta que conduce a la zona de Restauración una mujer juega con su perro tirada sobre unos cartones. La gente le deja dinero a su paso. El contraste es asolador. Cinco metros puerta afuera, el lujo se tuesta al sol brindando con champagne de 600 dólares. Sobre los cartones, una mujer agradece entre sonrisas la limosna de todo el que pasa por ahí. Me resulta curioso que en medio de todo ese lujo dejen estar a esa pobre señora en la propiedad del Hotel con su perro. Nadie parece decirle nada. Ella se limita a jugar con el perrito arrinconada sobre un cartón. Sin hablar. Sin mirar a nadie. Devolviendo una alegre sonrisa al leve ruido que hacen los billetes al acariciar su cartón.

Mi cabeza comienza a dispararme las mismas preguntas que dispara siempre cuando miro demasiado tiempo a un mendigo. ¿Qué le habrá llevado ahí? ¿Cual es su nombre? ¿Cuál es su historia?- Déjalo cariño. No puedes preguntarte lo mismo cada vez que ves un sin techo. (Desde pequeño tengo una extraña obsesión con los mendigos. Mi abuela nos contaba historias asoladoras sobre la guerra. Historias que en un niño de diez años hacen mella. Historias que se convierten en miedos cuando eres un mocoso de 31 años).
Decidimos comer algo. Asociamos sin saber muy bien por qué, el «Caesar Palace» a una exquisita pizza enorme, con una gruesa masa con queso fundido. Dejamos que nuestra imaginación nos engañe, y terminamos comiendo una pizza similar a esas pizzas precocinadas del súper. Una pizza y una ensalada para los dos por 40 dólares. Ha sido un mal negocio venir a comer aquí. Caro y malo.

Antes de marcharnos decido pasar por el baño. Al salir me cruzo con el obeso más obeso de todo el viaje. Un Señor de….no soy capaz de calcular su peso a ojo. Este viaje ha terminado con el mito de que aquí todo el mundo es gordo. Algo que no es cierto. Es más, me atrevería a decir que en España, con nuestra gran dieta mediterránea, tenemos más gente obesa que aquí (en proporción). Pero también afirmo, que los gordos de América son los gordos más gordos que he visto nunca. También hemos visto más gente haciendo deporte aquí que en España.

 

Visitamos las fuentes del Bellagio. Decidimos volver por la noche, y disfrutar de la iluminación. La Torre Eiffel del «Hotel París» es idéntica a la original (pero de menor tamaño).
Volvemos a nuestro Hotel y damos una vuelta por el Parque de atracciones que hay dentro. Decidimos tomar un par de margaritas de fresa. En las manos de la gente parecen estar deliciosas. El camarero nos pide el carné de identidad para verificar que somos mayores de edad (21 años). Mery y yo nos reímos. Nos encanta que la gente nunca nos eche la edad que tenemos. Tenemos los dos un suculento pacto con el diablo.

La margarita resulta vomitiva. Es lo más parecido a beber colonia. No me gusta el sabor del alcohol. Si hubiese nacido en el Oeste, me hubiesen desterrado al ver mi cara cuando pruebo el Whisky. Comienzan a salir articulaciones en mi rostro que ni yo mismo sabía que tenía. Es un gesto de asco a medio camino entre chupar un limón y estornudar. Las margaritas se quedan sobre la mesa.
Decidimos ir a jugar a las máquinas. No puedes venir a Las Vegas y no jugar un solo dólar en los casinos. Así que buscamos una maquinita chula. Ahora mismo somos dos ignorantes que van de máquina en máquina buscando la que más sonidos hace y la que más luces tiene. Al fin damos con una  máquina enorme. «Joder, nos pueden tocar hasta 6000 dólares». Un flamante descapotable da vueltas sobre sí mismo en medio del casino. El coche también entra en el sorteo. Cada máquina debería venir con un manual de instrucciones.

Metemos el dólar por la ranura. Y sale de nuevo el dólar por la misma ranura. Vamos de máquina en máquina hasta dar con una que quiera nuestro dólar. Finalmente terminamos en la típica máquina que todos tenemos en el bar de la esquina. Con una pantallita con tres lineas y una palanca negra en el lado derecho. Comenzamos a jugar.

Premio¡¡¡¡ La maquina comienza a hacer sonidos¡¡¡
– Seguro que nos han tocado mil dólares.- Exclamo muy alto.
– Le doy a cobrar, le doy a cobrar. – Dice Mery emocionada.
Tras darle al botón de cobrar la maquina escupe un ticket canjeable. Hemos ganado tres créditos, o lo que es lo mismo, tres dólares. Tanto bombo para tres dólares. Y además que ni siquiera sale el dinero en monedas como en las películas. Te dan un ticket canjeable en caja¡¡¡ Aparece una camarera que nos ofrece bebidas.

En Las Vegas mientras juegas, la bebida es gratis. Seguimos jugando. Mery sigue al control de la máquina. Jugada tras jugada vamos acumulando créditos. El tiempo pasa y los botellines de cerveza se van acumulando a nuestro alrededor. Llevamos hora y media jugando, y lo que comenzaba a ser una simple partida para probar, termina siendo el comienzo de un ciego cervecero y una larga partida en la que perdemos 3 dólares. Una hora y media jugando, por tres dólares. La Diosa de la fortuna ha pasado olímpicamente de nosotros.

Buscamos uno de los Restaurantes del Hotel. El «Rock And Ritas». La ciudad está empapelada con su publicidad así que decidimos probar. Además tenemos descuentos. Justo cuando llegamos están rodando un Spot publicitario. Tres cámaras se mueven entre los falsos clientes del restaurante (tod@s muy guap@s), mientras los camareros hacen malabarismos con un puñado de botellas. Repiten la toma mil veces.

Al final consiguen la buena. Entramos a cenar. La expectación por cenar en el local se va al garete cuando ingerimos un trozo de carne seco y un puré de patatas para acompañar muy muy espeso.

Salimos de nuevo del Hotel rumbo al «Bellagio», para ver su famoso espectáculo de fuentes luminosas.
Cada cinco metros me llenan las manos de chicas desnudas sonriendo escondidas tras un número de teléfono. Los balcones están llenos de gente. La fuente se ilumina. Esperamos con ansia una música que nunca llega…..el agua cambia de color adquiriendo mil y una formas en el cielo. Sin música no es lo mismo.

De repente una rata camina veloz por los pies del balcón convirtiéndose en el mayor atractivo de la noche. Salimos de allí conscientes de que hemos tenido mala suerte. En todos los foros hablaban maravillas del espectáculo….Otra vez será.
Decidimos volver al hotel. Hoy queríamos tener un día de relax, y la noche nos ha engullido con más cansancio que nunca. Consigo quitarme la ropa a duras penas. Justo antes de caer en un plácido sueño, nos toca el premio gordo del casino, y Mery y yo nos quedamos a vivir la vida en U.S.A en una preciosa casa blanca con un gran jardín. De este modo comienza mi penúltimo sueño americano. El último en Las Vegas.

 

 


 

Mil gracias por leernos y seguirnos en esta aventura!

 

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