RUTA COSTA OESTE EEUU. DÍA 6. LOS ÁNGELES

La sirena de una ambulancia se cuela a través de la ventana directa hacia nuestra cama. Mery cumple hoy 31 años. Canto un «cumpleaños feliz», que comienza en inglés y termina sabe Dios en qué idioma. A partir de hoy y hasta el próximo 21 de julio vuelvo a ser el yogurín de la pareja. Yo me quedo sentado un par de meses más en los 30. Mery no lleva nada bien ser la mayor. A mi se me da mejor ser el joven.

Día 6 de la Ruta Oeste de EE.UU

El desayuno es prácticamente igual en cada una de las ciudades que hasta ahora hemos visitado: Leche con cereales, fruta, pasteles, tostadas…El sol no se ve. Una extraña calima envuelve cielo y nubes. Hace una temperatura perfecta, ni frío ni calor. Cuando subimos al coche, ya he felicitado a Mery unas doscientas cincuenta veces.

Nos ponemos rumbo al paseo de la fama, en Hollywood boulevard. Esta avenida es paralela a la de nuestro Motel, pero las estrellas en cuestión se encuentran 4 ó 5 km hacia abajo. Las distancias en Los Ángeles son enormes. En las intersecciones donde se juntan cuatro avenidas, dudamos de cuando pasar y de cuando parar. Jugamos a la ruleta rusa en los 4 primeros cruces. El semáforo en rojo sigue careciendo de validez si vas a girar a la derecha. El tráfico es infernal. Tratamos de buscar un sito libre en la calle donde poder aparcar, pero es misión imposible.

Terminamos dejando el coche en el parking. El paseo comienza a poblarse de estrellas rosas bajo nuestros pasos y de centenares de japoneses que cámara en mano fotografían absolutamente todo. Doy pronto con la baldosa del Clint Eastwood, mi actor favorito, mi director favorito. El viejo Clint es todo lo que quiero encontrar aquí. Mery no. Va fotografiando estrella por estrella como si fuera una japonesa más. Hay baldosas con las muescas de las manos de actores famosos. Las manos de Mery tienen exactamente la misma medida que la actriz de Crepúsculo; Kristen Stewart.

Tratamos de introducirnos en el teatro Kodak, donde cada año se realiza la ceremonia de entrega de los Oscar, pero al llegar a la mitad de la escalera y ante el agobio nipón, decidimos salir de allí huyendo en busca de algo menos de calor y de bullicio. Compramos un par de souvenirs en una tienda enorme que hay justo enfrente, con un Elvis a tamaño real que guitarra en mano, nos recibe en la puerta.
De vuelta al coche. El Paseo de la fama, es realmente una visita totalmente prescindible. Por la noche, esta no es una zona muy segura para caminar. Ya no tiene el glamour que tuvo antaño. La avenida es más bien fea. Y tiene todo un valor más místico que visual.

 

Sin querer, nos damos de bruces con Amoeba, mientras recorremos Sunset Boulebard; la tienda de discos más grande del mundo. Encontramos un hueco nada más doblar la esquina. Echamos un cuarto de dolar; el tiempo justo para poder visitar la tienda. A mi, como gran amante de la música la tienda me parece espectacular. Es enorme. Suenan Los Beach Boys. Busco discos de mis grupos favoritos, todos ellos Californianos. Me llama la atención que los discos estén más caros aquí que en España. En la Fnac es posible comprar el mítico «Dookie» de Green day por unos 6 ó 7 euros. Aquí el mismo disco cuesta 14 dólares. Salgo de allí con las manos vacías y la boca abierta. Es la tienda de música más bonita y grande que he visto jamás. Me hago un par de fotos en los enormes grafitis que adornan su fachada. Esta si que es una visita obligada si amas la música y tienes ocasión de visitar Los Ángeles.

La ciudad, a pesar de la primera mala impresión que nos dio nada más recibirnos, poco a poco se me va ganando. Me seduce gramo a gramo. Me encantan los paseos con las enormes y míticas palmeras. Los looks extravagantes de la gente y que nadie clave sus ojos en ellos. Cruzarnos constantemente americanos que se desplazan por la ciudad a bordo de su skate. Los típicos dodges en cada semáforo. Los carteles de las películas indicando el sentido de circulación por las calles. Y el clima veraniego, pero no asfixiante. Aquí es normal ver gente en camiseta de tirantes, pantalones cortos y gorros de lana. Muy videoclip de la MTV. Ayer odié Los Ángeles. A las 12:00 del mediodía de hoy, la amo. El tipo del restaurante tenía razón.

Ponemos rumbo a Bel Air. Mansiones de lujo separadas por enormes setos que no dejan pasar la vista de curiosos como nosotros. Cada mansión dispone de una enorme parcela, con valla de paso, y preciosos jardines. Nos hacemos la típica pregunta que se debe hacer todo el mundo cuando llega a Bel Air…¿Cuánto hay que ganar al mes para poder permitirte el vivir aquí?. Decidimos que no es buena idea imaginar tan alto. No es buena idea y tampoco creo que sea sano. Tras merodear un rato por sus estrechísimas calles retrocedemos de nuevo a la entrada. Una de las enormes casas que hemos visto nada más llegar, es la casa del «Príncipe de Belair». En televisión parece distinta, pero no hay duda. Es esta. Grabamos un par de vídeos  tratando de recordar el rap de la canción de la serie. Termino encanado de la risa con el super rap (inventado) de Mery.

Pasamos por Beverly Hills. Haciendo una parada obligatoria en el Hotel «Beverly Wilshire», donde se rodó la mítica «Pretty woman»; película que Mery a visto un millón de veces. El botones nos sostiene la puerta para que entremos a la recepción a tirar unas fotos. «Por dentro no parece el mismo». Han pasado más de veinte años desde que se rodó la película, algo ha tenido que cambiar.
El calor sigue sin darnos tregua. Hemos dejado de ver coches y solo vemos limusinas. La gente que pasea por aqui es gente muy pija. El dinero se huele en cada esquina. Carísimos menús, Porches adornando las aceras como si fuesen los Seat de España y minúsculos perros que caminan veloces conjuntados a juego con sus excéntricas y millonarias dueñas. Pasamos por la milla de oro de Los Ángeles; «Rodeo Drive». Una pequeña calle en la cual habitan las tiendas más caras del mundo. Necesito volver al mundo real.

Decidimos meter en el GPS las coordenadas de PINKS. Allí sirven el mejor perrito de Los Ángeles. Descubrimos este lugar en el Reallity de Alaska y Mario. Muchas celebrities se dejan ver por aqui, para desgustar los famosos perritos. Antonio nos lleva directos. Aparcamos en un parking que hay justo detrás. La fila es interminable. Hacemos cola. Delante de nosotros dos jóvenes negros se hacen arrumacos mientras tratan de leer el menú desde la distancia. Parecen la típica pareja de las pelis de pandillas. Ella bajita y tetona, con una melena lisa salvaje. Él, delgado, pelo rapado y unos pantalones más caídos que los míos. De repente el tipo se vuelve y nos clava una mirada azul celeste que nos deja hipnotizados. «Joder que negro más guapo», me dice Mery. «Nunca había visto un negrito de ojos azules», respondo.

Al fin llega nuestro turno. Pido el perrito más grande de todos. Nos sentamos fuera bajo una sombrilla. Deberían haberme dado un manual de instrucciones para poder comerme semejante bocadillo. El resultado es catastrófico. Mis manos, la mesa, la silla, mi cara, mi pelo y mi gorra…todos acabamos de Ketchup hasta las orejas. Alaska y Mario tenían razón. El mejor perrito que he comido nunca.

Damos un breve paseo por el barrio que hay justo al lado de «Pinks». En las avenidas principales no hay casas. La gente vive en las avenidas paralelas, mas pequeñas. Calles tranquilas con casas de una sola planta ( o de dos), con el típico jardín en la entrada. Este sería un barrio perfecto para vivir. Si tuviese que vivir en Los Ángeles, lo haría aquí.

Ponemos rumbo a Santa Mónica. El cumpleaños de Mery está siendo estirado como un chicle. De camino nos cruzamos con un WALLGREENS; una cadena de supermercados. Decidimos entrar para hacernos con una de esas neveras de corcho que aquí lleva todo el mundo en los coches para viajar. 8 dólares. Desconfío de que una nevera de corcho vaya a aguantar todo el viaje con nosotros y que mantenga la bebida fría. Los próximos días terminarán dándole la razón a la nevera. Esta nevera es la mejor compra que hemos hecho en nuestra vida, el por qué, lo iremos averiguando más adelante.

Llegamos a Santa Mónica. Aparcamos en un Parking situado junto al legendario muelle. Una enorme noria se eleva sobre el dique. Aquí terminaba la mítica «Ruta 66». Varías tiendas de Souvenirs, Restaurantes, un parque de atracciones… Las vistas de la playa desde aquí son impresionantes. Un León marino nada distraído muy cerca de la costa. Las casetas de los vigilantes, nos teletransportan a la famosa serie. Esas casetas son preciosas.

Se han convertido en uno de los símbolos de la ciudad. Nos quedamos embobados apoyados en la barandilla del muelle con la mirada perdida sobre la playa. Preciosa. El sol comienza a caer. Atardece en California. Nos acercamos a la arena para asistir a una de las más preciosas puestas de sol que existen. El sol poniente de Santa Mónica. La caseta de los vigilantes, los bañistas, las mil gaviotas que revolotean por el cielo. Todo se vuelve negro silueta, bajo un fondo con el cielo vestido de naranja. Espectacular.

Decidimos cenar en el famoso «Bubba Gump». Un restaurante americano, donde sirven unos enormes cubos llenos de cangrejo. Nos atiende Mike, un camarero guaperas con aspecto surfista. Las vistas desde el Restaurante, el atardecer rojo al otro lado del cristal, la música, la sonrisa de Mery. Ha sido un día perfecto. Un cumpleaños inolvidable. Al fin y al cabo no se cumplen 31 años en Los Ángeles todos los días.

Nos volvemos a casa con una multa sobre el parabrisas por pasarnos de tiempo en el parking (50 $), y totalmente enamorados de la ciudad. Nos viene justo para llegar al hotel, quitarnos la ropa y desfallecer sobre la cama. El atardecer de Santa Mónica se cuela directamente entre los momentos más bonitos de mis 30 años de vida. Mañana más.


 

 

Mil gracias por leernos y seguirnos en esta aventura!

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